El viernes 17 de mayo celebramos la última sesión de Leer Juntos de este curso escolar 203-24.
Empezamos leyendo y comentando el texto de Patricia Esteban Erlés, publicado en sus redes, titulado "Desde que todo nos da pavor":
Escribí este libro hace más de diez
años. Una década en la que he acudido a muchos clubes de lectura, también a
centros educativos en los que hablaba al alumnado de infinidad de cuestiones
relacionadas con él. Asuntos como el proceso de composición a los temas
nucleares, las referencias literarias y cinematográficas, el germen
autobiográfico de muchos de los microcuentos, y, sí, el humor negro, nigérrimo,
con el que se afrontaba el miedo casi en cada página. También de la tristeza,
la nostalgia, la frustración, la trampa del amor romántico, la visión
patriarcal de un juguete, la muñeca, que ha condicionado mucho la infancia
femenina.
He disfrutado horrores asistiendo a
esos diálogos intergeneracionales con chicos y chicas que me daban sus
particulares análisis de algunos finales, que escribían versiones alternativas
de mis historias, o las representaban en imaginativos montajes teatrales, en
cortometrajes memorables.
Pero en los últimos cursos sucede
algo que me preocupa bastante, no por mi libro o por mí, que los dos estamos
muy felices juntos y así será siempre, sino por lo que implica, desde el punto
de vista ideológico, educativo, cultural, o cómo queramos llamarlo. En varias
ocasiones he recibido noticias acerca de las dudas de los departamentos en los
que se considera que debe hacerse un cribado de los microcuentos que lee el
alumnado, por miedo a la interpretación o las consecuencias derivadas de ella,
que puedan hacer los adolescentes de cuarto de ESO o Bachillerato. Incomodan
aquellos que abordan el suicidio, que hablan de la muerte en voz alta. Los
compañeros docentes muestran preocupación porque en mis nanohistorias, en mis
cuentecillos, se tratan cuestiones como el ahogamiento de un niño o el
ahorcamiento de un personaje, en concreto la muñeca que vive dentro de una casa
en miniatura, o la decapitación de un señor (imaginada, ni siquiera llevada a
cabo) por parte de su mujer, viuda solo en su fantasía.
Desde que le tenemos pavor a todo,
el mundo es solamente un lugar donde te puedes convertir en Instagramer de
lujo, soñar con la vida de fábula de la mujer de un futbolista, un universo
tiktokeril en el que no hace falta leer ni pensar ni sufrir un poco, porque
total, se puede simplificar el proceso de vivir a los veinte segundos de una
"storie" en tonos rosados, con mucho corazón, mucho filtro, muy poco
fundamento.
Desde que le tenemos pavor a todo no
podemos explicar que la muerte es una parte de la vida y que tal vez reírnos de
ella en un relato, en una novela, es la más dulce de las venganzas que podemos
permitirnos. Desde que le tenemos pavor a todo en el mundo no cabe saber que la
vida a veces es un abrigo que pesa mucho, que sí, que la muerte te puede
alcanzar, como al hermano de una amiguita mía, cuando apenas tienes cinco o
seis años. Desde que le tenemos pavor a todo la bicha ni nombrarla. Mejor
dejamos en manos de esos mismos adolescentes no preparados para asumir nociones
dolorosas un pepino de teléfono con el que pueda acceder a contenidos nada
edificantes, violentísimos, como usario pasivo o activo, cámara en mano. Que
vean la vida en rosa de aquellos que han convertido en una película malísima,
mentira podrida, sus rutinas de maquillaje, de entrenamiento, sus fiestas
infinitas, sus "outfits". Que crean todo lo que ven ciegamente, que
permanezcan alejados, pero mucho, todo lo que puedan, de los libros y su mala
influencia, no vaya a ser que...
Tiemblen, o mucho
peor, piensen.
Tengo muy claro que no me voy a
cancelar a mí misma, como si fuera un vuelo en un avión peligroso o un
concierto sin público, en ningún sarao. Declino amablemente la invitación si se
me sugiere, así, como si nada, la posibilidad de ofrecer versiones censuradas
de estas historias que no nacieron para aleccionan a nadie, que solo juegan a
vencer en la ficción los peores temores que nos acechan desde siempre. Digo que
no voy y me quedo tan ancha. Pero igual me apena que llegue a los centros
educativos, a quienes enseñan literatura porque aman los libros, esa sensación
de temor, esa psicosis del ocultamiento.
Desde que le tenemos pavor a todo
somos inmortales, jóvenes y bellos para siempre. La muerte y cosas así de
chungas solo les pasaban, en otros tiempos, a gente muy antigua.
A continuación pasamos a presentar, cada una, el álbum ilustrado que había escogido en la sesión anterior de entre la exposición de Novedades de la Biblioteca escolar.
Los libros maravillosamente presentados fueron los siguientes:
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