El viernes 19 llevamos a cabo la sesión de Leer Juntos de abril.
Empezamos leyendo dos artículos publicados por la escritora y docente Patricia Esteban Erlés en sus redes sociales.
"Cuando llegué a la universidad a la provecta edad de veintisiete tacos, me dieron clase varias mujeres excepcionales, profesoras brillantes, especialistas en su campo de estudio, que, además, buscaban reivindicar la figura de la mujer autora, no solo musa o esposa silenciada, en muy diversas disciplinas. Podría citar a mis maestras de Medieval, Marín Pina y Lacarra, que nos traían voces casi desconocidas, como la de Florencia Pinar, poeta de cancionero, o Beatriz Bernal, escritora de un fantasioso libro de caballerías. También nos dejaron apreciar, gracias a su espíritu reivindicativo, joyas desconocidas de mujeres anónimas, cartas de amor al marido que guerreaba por esos mundos, cancioncillas de siega o de despedida del amor que marchaba de su lado al amanecer. Podría mencionar a Ezama, tan defensora siempre de la Pardo Bazán. Algo se cocía en aquellos últimos años noventa, algo que hacía que a las aulas llegaran sorprendentes autoras de las que nunca había oído hablar. Yo apuntaba nombres como loca. Rosa Pellicer me acercó a mi amada Silvina Ocampo y María Luisa Bombal, por ejemplo, y gracias a Carmen Peña vi uno de los alucinantes cortometrajes de Maya Deren.
Recordaba entonces mis libros de texto del colegio, aquellas veces en que desde Santa Teresa de Jesús hasta Rosalía de Castro no volvía a aparecer otra fémina en esa biblioteca universal en la que el talento parecía ser, tan solo, cosa de varones.
Algunos profesores, hombres, se reían de la orgullosa defensa del feminismo que hacían sus compañeras en la facultad. Gente con su título de doctor, sus publicaciones prestigiosas, su supuesta sensibilidad lectora y su fama de intelectuales de primer orden, se sonreían, condescendientes, pensando sin duda que sus colegas exageraban, que aquello era un ejemplo gráfico del mucho ruido y las pocas nueces. Una de esas profesoras era especialmente apasionada, entusiasta, militante. Y nunca dejó de comportarse como le pedían sus principios, su cuerpo, su alma, su mente, pese a la incomprensión de otros docentes mucho menos tolerantes y respetuosos e igualitarios de lo que cabría esperar.
No puedo estarle más agradecida, desde luego, por todos los datos interesantes que me brindó sobre mujeres a las que valía la pena rastrear, de las que valía la pena enamorarse, porque eran grandes creadoras en la sombra. Pero sobre todo le agradezco la valentía como actitud que siempre mostraba, aunque cayeran chuzos de punta y oyera risitas o comentarios sobre su ideología a todas horas."
"Demasiado jóvenes.
Nunca somos demasiado jóvenes para leer. Deberíamos pensarlo antes de triturar los textos, de extirparles ingredientes como las palabras hermosas, la subordinación musculada, los personajes que actúan sin explicarnos cómo. Deberíamos recordar que no hay que matar las elipsis que esconden un final abierto, un sentido que el lector es quien debe completar con su inteligencia y su voluntad. Deberíamos tener en cuenta que se enriquece aquel que se va con una palabra hasta ese momento desconocida en su bolsillo, en su alma, cuando lee.
Yo no sabía qué era un chicotazo. Leí esa voz vibrante en Continuidad de los parques, de Cortázar, cuando el amante de la dueña de la casa se hiere en el rostro con una rama, al encaminarse a matar al esposo de ella. Chicotazo, chas, chas, es el golpe dado con un chicote, con un látigo, que deja un hilo rojo en el rostro y el alma aún más encendida para la venganza del amante, el guarda del parque de ese cuento prodigioso. Yo me marché de ese relato mucho más feliz de lo que entré en él.
En una ocasión di clase de Literatura universal en un instituto.Varios de los chicos y chicas me soltaron el primer día de clase que se habían matriculado en esa materia para no tener que cursar otra. No empezamos bien, pensé, pero yo aquello lo entendí como un reto, como una oportunidad de dejar claro que no leeríamos 50 sombras de Grey ni poemas de Youtube para disimular. Dejé que me hablaran de sus gustos, claro. Busqué libros que les interesaban y me acerqué a sus preferencias como muestra del respeto que siempre me merece alguien que se emociona con un texto, aunque el texto no me diga nada o directamente no me guste.
Me hablaron de sus gustos, de sus fines de semana, de sus miedos. Y creo que si primero conocemos a los seres humanos es más fácil contarles que hay libros que son voces que también relatan alegrías, terrores ajenos. Leímos a Poe y cada vez que nos acercábamos al internado de William Wilson uno de ellos veía una frase que señalaba el camino del desvarío de Wilson, afianzando a través de una metáfora continua la imagen de ese caserón gótico, enrevesado, infinito, en que se convierte el cerebro del narrador. Escribimos poemas a la resaca, muy baudelerianos, imaginamos que nos convertíamos en otro, en alguien realmente asqueroso, como el pobre Samsa. Les hablé con emoción de Whitman, de su fe contumaz en el ser humano y sus posibilidades.
No leímos novelitas adolescentes porque no tocaba hacerlo. Estábamos en clase y yo les comentaba el significado de las palabras que no entendían, las frases que les daban problemas. Nos detuvimos todo lo que hizo falta para que el programa resultara un camino accesible. Nos reíamos mucho, me parece que en verdad disfrutamos, yo desde luego que sí. No hubo ningún traumatizado por aquel exceso de clásicos literarios, nadie sufrió una comentaritis aguda. El último día de clase me llevé varios regalos. Uno, el verso de Whitman que escribieron en la pizarra, versionado: Oh, capitana, nuestra capitana. Otro, el hecho de que una de las alumnas se decidiera a estudiar Filología.
Creo que debemos confiar en el poder de la literatura, de la de verdad. No hay buena y mala. La literatura es un milagro del que somos responsables los seres humanos, y es nuestra obligación como profesores mostrar la maravilla a otros, acercarla, ir desvistiéndola para que aparezca de verdad ante los jóvenes que aún no saben lo mucho que puede ayudarles hallarla, lo que les consolarán algunos poemas, el capítulo nosecuál de tal novela. No se trata de esconderla en el armario, de sacarla solo en las clases de alumnado brillante. Nunca se es demasiado joven para leer obras que merecen la pena y la alegría que da encontrarlas."
Después comentamos ampliamente el libro de este mes: "Violación. Una historia de amor" de Joyce Carol Oates. Su lectura gustó a todas las componentes del grupo. La tertulia resultó muy fructífera y enriquecedora ya que la sensibilización sobre la temática es muy elevada, como no puede ser de otra forma.
Para finalizar, y siguiendo la tradición, cada componente del grupo escogió un álbum ilustrado de entre las novedades para poder presentarlo a las demás en la próxima y última sesión de este curso.
Estos han resultado los álbumes ilustrados elegidos:
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