El viernes 21 nos encontramos en la Bilbioteca para llevar a cabo la sesión de Leer Juntos del mes de abril.
Empezamos leyendo un fragmento muy interesante de la entrevista, para la revista literaria digital Zenda, que el periodista Edu Galán le hizo al escritor Juan José Millás el pasado 11 de abril:
"—¿Le gustaba que le contasen cuentos, o prefería leerlos usted solo?
—No recuerdo que mis padres fueran contadores de cuentos. Mi primer recuerdo de la literatura es en torno a los catorce o quince años. Leí una novela de Julio Verne, por casualidad, Cinco semanas en globo, y aquello fue un encuentro brutal. Como el que se pincha la primera dosis de heroína o algo así. Aquello me puso todo patas arriba y me hizo lector, porque después de esa novela descubrí que existía ese mundo. Luego leí Viaje al centro de la Tierra, que ya no te digo lo loco que me volvió. Y ya me convertí en lector. A partir de ahí he sido muy aficionado también a los cuentos de la tradición oral. Incluso en algún momento hice un trabajo sobre ellos, porque me interesó mucho por su relación con el mito. El mito tiene ese éxito a través de los siglos porque el mito traduce una generalidad que concierne a un grupo social, incluso que concierne a los individuos. En consecuencia, he sido muy buen lector de los hermanos Grimm, de Andersen… En fin, me ha interesado mucho el fenómeno de la tradición oral.
—Porque los cuentos nos marcan los límites como grupo.
—Vamos a ver: los cuentos son un espejo en el que nos miramos. Yo digo que son como mapas, mapas mentales. En los mapas de la ciudad, cuando tú estás en un hotel en la puerta hay un mapa para ver la salida de emergencia, que pone: «Usted está aquí». Eso es una representación de la realidad: tú no eres ese punto rojo sino que ese punto rojo es tu representación. Y a partir de ahí tú sabes que puedes ir por las escaleras, por el ascensor, por aquí, por allá. Pues con los cuentos pasa lo mismo: los cuentos te proponen varios personajes y tú vas identificándote, desidentificándote. Vas diciendo: «Me identifico con éste pero no me gusta ser así». Puedes hacer un recorrido moral, digamos. Y este es el sentido de los cuentos: cuando se contaban alrededor de un fuego, después de una jornada de trabajo, nunca he pensado que se contaban para entretener a la gente. Entretenían porque eran buenos, pero la función fundamental del cuento era enseñar al oyente cómo era la vida y qué se iba a encontrar al día siguiente cuando saliera al bosque, cuando fuera a trabajar, cuando se relacionara con la gente. Para eso la literatura o es representación del mundo o no es nada. Quiero decir que cuando alguien se hace esa pregunta, «¿para qué sirve la literatura?», es una pregunta… Incluso hay libros con ese título: creo que existe un libro de Sartre que se titula así, ¿Para qué sirve la literatura? [nota del editor: ¿Qué es la literatura? (Losada)] Yo contesto que no es tan complicado: la literatura sirve para lo que servía en los tiempos remotos, cuando no se había inventado la escritura y los cuentos se transmitían por tradición oral. Sirve para representar el mundo y para representarte a ti dentro de ese mundo.
—Los cuentos también son inventos en el mejor sentido, ¿no? Modernamente el cuento, como el que se cuenta el padre de su novela a sí mismo sobre su hija imaginada, ayuda personalmente a entender las cosas y a reconciliarte con ellas.
—Es que todos tenemos un relato sobre nosotros mismos. Hay una experiencia que me gusta mucho pero que ahora se hace menos porque la gente se ha vuelto más… No sé si «individualista» es la palabra, pero más hacia sí. Pero cuando yo era más joven y hacía un viaje a América, un viaje de doce horas en avión, siempre pensaba «a ver quién me toca al lado». Porque era seguro que en algún momento trababas conversación con él o ella. Y entonces a mí me llamaba mucho la atención que todo el mundo tiene un relato sobre su vida que lo ha contado muchas veces. Porque tú oías el relato de su vida y decías: «Joder, ¡esto está muy afinado!» (nos reímos). Todo tiene sentido, todo cuadra demasiado… Y luego cuando me tocaba contar mi vida yo también veía que también he ido, en fin, haciendo un relato donde todo ajusta. Todos tenemos un relato sobre nuestra vida que nos ayuda a seguir contándonos, a seguir adelante hasta que se acabe el cuento. Porque finalmente la vida es un cuento.
—¿Dentro de los cuentos se está mejor que en la realidad?
—He dicho hace poco en una entrevista, y se ha repetido porque ha llamado la atención, que yo he vivido con más intensidad en los libros que en la vida. Porque yo no he sido una persona aventurera como Hemingway, que le encantaba matar elefantes e irse a África. Al final ya no le quedó nada que matar y se mató a sí mismo. Y era un tipo muy vitalista y tal. Pero a mí me dices: «Oye, ¿qué prefieres? ¿Hacer un safari en África o meterte debajo de la cama de tus padres?». Pues yo hubiera elegido meterme bajo la cama de mis padres, porque creo que en lo doméstico y en lo cotidiano está lo más misterioso. Y por eso mismo he vivido más dentro de los libros que fuera de los libros. Las experiencias lectoras me han provocado emociones fortísimas que quizá la vida no me ha provocado.
—Otra cosa muy reconfortante de los cuentos es que no hay casualidades.
—Este es un asunto complicado. Lo que diferencia justamente la literatura de la vida, o una de las cosas que las diferencian, es que en la vida todo es contingente. Todo puede pasar o puede no pasar, y no sabemos de qué depende que pase. Es decir, que si yo ahora al salir me cae una teja en la cabeza y me mata, nadie dirá que es inverosímil. Porque la realidad tiene a su favor el hecho de que ha pasado. Por lo tanto, la realidad no nos la planteamos en términos de verosimilitud. Ha pasado, ya está: «Pobre Juanjo, ha tenido mala suerte». No dirán que es imposible. Ahora, si en una novela o en un cuento a alguien le cae una teja en la cabeza, eso tiene que estar al servicio de algo. No puede ser por casualidad, no puede ser una contingencia. Lo que diferencia a la literatura de la vida es que en la literatura todo es necesario. Si en un cuento sobre un material ese material no está al servicio de nada, pues sobra, hay que quitarlo. Y en la vida sobra casi todo.
—Hay contingencias que aparecen en la literatura que el lector popular achaca a que el escritor es muy vago. Por ejemplo, sin justificación, que de pronto el malo muera atropellado.
—Es que muchas veces lo que sucede es que no se solucionan las cosas. Deus ex machina, que se llama. Es decir, que tú no sabes cómo solucionar una cosa y decides que le pille un coche. Te dirán: «No, esto tendría que estar justificado». La vida no tiene lógica interna alguna, pero tú a una novela le exiges que tenga una lógica interna y que los materiales se relacionen entre sí. En la vida los materiales no se relacionan entre sí. La vida es producto absoluto del azar. Si lo piensas, todo lo que ha ocurrido en tu vida dependió de que salieras de casa cinco minutos antes o cinco minutos después. Es así. Lo que pasa es que, como es insoportable vivir con esa idea, fingimos que nuestra vida es el resultado de una planificación. Porque eso es mucho más tranquilizador, pensar que todo es producto de la planificación. Pero no es cierto: la vida es producto del azar. De repente, una llamada telefónica te pone todo patas arriba. De repente, en China alguien se come un murciélago y organiza un pifostio mundial. No sabemos nada. Pero fíjate, el azar llevado a estos extremos que yo te estoy exponiendo, que son brutales y creo que son así, es la otra cara de fatum, del destino. Porque también podríamos decir que todo está determinado, que lo que pasa es que nos falta información.
... "
A continuación, cada una ha escogido un álbum ilustrado de entre una selección presentada. En la sesión de mayo los leeremos y comentaremos uno por uno. Los había de diferentes temáticas: sobre la muerte, la amistad, la memoria familiar, sin texto... De esta forma retomamos el terminar Leer Juntos dando a conocer álbumes ilustrados de calidad.
Y llegó el momento de iniciar la tertulia del libro de este mes: "El vaso de plata" del ibicenco Antoni Marí.
No nos ha llegado de la misma manera a todas pero sí compartimos la percepción de una lectura sutil y delicada que permite conectar con la memoria y los recuerdos de los años de nuestra propia adolescencia.
Hemos admirado la conexión de cada capítulo con el título propuesto (las 14 misericordias) y su desenlace final y nos hemos contagiado del entusiasmo poético que desprende el libro.
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