"Cuando tenía diez años, me aburría una tarde
rotundamente, como solo se aburre uno en la infancia. Curioseando entre los
libros de mi tía, encontré unos versos que se quedaron en mi memoria hasta hoy:
Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
El resto del poema no lo entendí, pero ese
cuarto verso me impactó, me dejó pensando el resto de la tarde. Hasta años
después no supe quién era Quevedo. Al saberlo me enamoré de su obra y su
figura, de su genio y tragedia nacidos de una voluntad sin mesura, de un brillo
chocado de la gris realidad de su tiempo. Pero esa es otra historia, y la
contaré en otro momento. En aquel instante, los versos recién encontrados me
habían abierto la puerta al milagro que encierra la lectura: leer es escuchar
con los ojos a los muertos, a los lejanos, a quienes nunca conoceremos.
El año siguiente cayó en mis manos La Ilíada de
Homero. Resultaba extraño, ahora lo entiendo, ver a un niño devorando un
clásico griego. Pero yo no veía la dificultad: veía la cólera de Aquiles, la
astucia de Ulises, la dignidad de Héctor, el imán de Helena, la soberbia de
Agamenón. Y era consciente del milagro que se obraba ante mí: poder sumergirme
en un tiempo de héroes, monstruos y dioses. Porque al leer escuchaba con mis
ojos a los muertos.
En estos años, los libros se gradúan de una
forma cada vez más condescendiente. Los textos que antes se recomendaban para
lectores de diez años ahora se recomiendan para los doce. Los libros que antes
se ofrecían para lectores de doce, ahora se gradúan para quince. Y los libros
para adultos nos tratan como idiotas. No vaya a ser que no entendamos,
pobrecitos nosotros; no vaya a ser que un libro nos desasosiegue y nos quite la
anestesia telecinquera.
¿Qué entendí en mi niñez de Homero y Quevedo?
No podría decirlo sin añadir a mi respuesta el sedimento de los años. Pero sí
puedo decir que los disfruté, que los viví. Y esa es la función del arte: no
ser diseccionado, sino experimentado.
Y esta es una petición a editoriales y
editores: no nos menospreciéis. No rechacéis textos por difíciles. No
renunciéis al arte en favor de la facilidad. A la literatura no se entra para
hacer un resumen escolar de lo que se ha aprendido. A la literatura se va para
escuchar con los ojos a otro ser humano al que podemos no entender, pero con el
que sí nos vamos a comunicar. A la literatura se entra como al amor: con los
ojos bien abiertos pero deslumbrados, y en busca no de entender, sino de
conectar."
A continuación, hemos decidido la tarea de la que nos encargaremos en la actividad propuesta a las clases para el segundo trimestre en torno a las biografías de personajes que han destacado en diferentes ámbitos culturales.
Después, nos hemos repartido el lote del libro "Palabras de Caramelo" de Gonzalo Moure que será la lectura propuesta para este mes.
Y hemos dedicado el resto de la sesión a comentar el libro de Elisabeth Sanxay Holding: "La pared vacía". Con disparidad de opiniones respecto al gusto de esta lectura, hemos coincidido en aspectos clave de la novela como el papel de la mujer en la América del periodo de los años 40 con la II Guerra Mundial como telón de fondo. También nos ha llamado la atención la trepidante acción de esta novela negra así como los constantes diálogos internos de la protagonista que se ve enfrentada a una serie de acontecimientos totalmente alejados de lo que hasta entonces había sido su rutina diaria. La relación que mantiene con cada uno de los personajes y el desenlace final hacen de su lectura una apasionante aventura.
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